miércoles, 30 de septiembre de 2015

Y como quien no quiere la cosa
aparece nuevamente,
campante como siempre, ingenuamente.

Y quiero enojarme pero sonrío,
incontrolable e inconscientemente sonrío;
sonrío y no puedo enojarme.

¿Será malo sonreírlo? 
¿Será una voz interior que marca algo bueno?
¿Será de esas cosas que hay que reprimir?
¿Hay que reprimir? 

¿Cómo decidimos qué reprimir y a qué dar rienda suelta?

jueves, 24 de septiembre de 2015

Lápiz

Soy un lápiz 
buscando palabras para subrayar,
para hacer mías, y hacerme suya.

Soy un lápiz 
en la mesa de luz,
esperando.

Soy un lápiz
condenada momentáneamente a un libro estático
sin líneas que pintar.

martes, 22 de septiembre de 2015

Perdonarse. 5776.

Quizá perdonarse a uno mismo sea una de las cosas más difíciles de hacer. Hace tiempo decidí despojarme de rencores tontos, pero no he logrado dejar de llevar detalladísim nota mental de cada pequeño error propio.
Errores tontos, pequeños, que nadie ve, que a nadie dañan más que a uno mismo. Pequeñas faltas de aplomo, palabras sin decir rebotando en recovecos de la mente, palabras de más donde la lengua no llegó a morder por unas milésimas de segundo. Abrazos de más, abrazos de menos. Sueños, dormidos, despiertos, grises y a todo color. Caminos desandados y creados. 
Otro año de pensar y ser pensado. Pedir perdon y perdonarse.

No me encanta el concepto de juntar todos los perdones 364 días y lanzarlos al mundo de repente, en 24 horas. No me gusta la idea de sentarse a reflexionar qué hicimos mal sólo 10 días. Creo que son cosas que debiéramos hacer casi todo el tiempo (todo es como mucho). Pero perdonarse una vez al año me parece plausible, por lo que me cuesta creo que una vez al año me sobra. Y qué difícil es. Primero admitir todas las fallas, después decidir cambiarlas, armar un plan de acción, tratar de llevarlo a cabo... Y lo más difícil viene ahí, perdonarse por haber fallado en primer lugar. Por haberle fallado a otro o a mí misma o a la idea que tengo de mí misma. Perdonarme más que pedirme perdón. Dificilísimo. Darse con un martillo en la cabeza duele, pero lo hacemos igual porque se siente genial ese momentito en que paramos. 

Vivir en montaña rusa, bien arriba o bien abajo, y aburrirse en el medio. Perdón. Te perdono. No saber manejar el aburrimiento y al mismo tiempo abrumarse con tantos sueños y planes. Acobardarse, querer hacerse una bolita en la esquina de la habitación. Perdón. Te perdono. Expresarse mal. Decir de más, decir de menos. Arrepentirse de no arrepentirse de cosas. Perdón. Te perdono. Tener miedo. Tener miedo a tanto... Perdón. Pero seguis remando, con miedo y todo, contra corrientes multicolores, vientos fríos y la arena en el ojo. Te perdono. 

Sacudámonos los castigos autoimpuestos por fallas que ya ni recordamos. 
  "La burocracia / 3.
 Sixto Martínez cumplió el servicio militar en un cuartel de Sevilla.
En medio del patio de ese cuartel, había un banquito. Junto al banquito, un soldado hacía guardia. Nadie sabía por qué se hacía la guardia del banquito. La guardia se hacía porque se hacía, noche y día, todas las noches, todos los días, y de generación en generación los oficiales transmitían la orden y los soldados la obedecían. Nadie nunca dudó, nadie nunca preguntó. Si así se hacía, y siempre se había hecho, por algo sería.
Y así siguió siendo hasta que alguien, no sé qué general o coronel, quiso conocer la orden original. Hubo que revolver a fondo los archivos. Y después de mucho hurgar, se supo. Hacía treinta y un años, dos meses y cuatro días, un oficial había mandado montar guardia junto al banquito, que estaba recién pintado, para que a nadie se le ocurriera sentarse sobre la pintura fresca." 
El libro de los abrazos, Eduardo Galeano.

Revoquemos de nuevo, dejemos el lienzo blanco y pintemos encima. Seamos como el ave fénix. Sacudámonos las cenizas, vámos. A volar.

Kadima rak kadima.


viernes, 18 de septiembre de 2015

No más colectivos de replanteos

Acostumbrada a vueltas en colectivos llenos de gente donde pasar por entre los cuerpos era mucho menos complicado que pasar por entre mis pensamientos. Terrible maraña de replanteos, grabaciones de cada palabra pronunciada, listas de todo lo que no había que hacer nunca más, y enojo, enojo y angustia.
Se me ocurrió que no tiene que ser así. Que se puede desdramatizar (todo se puede desdramatizar). Podemos elegir quedarnos con lo lindo, y decidir que lo malo es inexperiencia inherente a la vida y que you live and you learn. 

Sigue yirando.

jueves, 17 de septiembre de 2015

¿Con quién compartir?

Qué insoportable la necesidad humana de compartir todo lo que nos pasa. Vivir alguna experiencia y sentir una necesidad imperiosa de compartirlo con alguien. ¿Será que necesitamos que validen también nuestra alegría? Elegir con quién compartir cada experiencia; cada área de la vida tiene un amigo asignado para ser charlada (con flexibilidad, obvio). Me vuelvo más y más abstracta. No sé muy bien qué quiero decir. No sé si hablo muy en general o de casos muy puntuales. En fin, compartir. Compartir o no compartir. ¿Será que siento que mis emociones valen más si hay otros humanos que las sienten también -y en las mismas situaciones-? ¿Será esa la validación de la que hablo? Pero no quiero necesitar validación externa para sentirme feliz, para hacer que la atmósfera rosa de flores dure más y brille más... 
Obsesión tienen los humanos por compartir: ¿por qué tanta gente postea en redes sociales fotos hasta del plato de comida que tienen adelante, insistiendo en desesperado silencio en que le demostremos que nos gusta, que aprobamos (¿que admitimos que existe?)? No sé. Vanidad de vanidades, todo es vanidad.

Hoy no hay conclusiones, es un año de abrir puertas. Sacar telarañas llenas de drama y tratar de asomar la cabeza a ver qué pasa con el viento. Y si nos despeina, bueno, al menos habremos vivido otra primavera para la colección de recuerdos. Y quizá de eso se trate vivir.







(Me acabo de dar cuenta que siempre escribo en plural, como proyectando mis experiencias y emociones en la humanidad... Quizá parte de mí cree que todos sentimos muchas cosas del mismo modo y quizá parte de mí cree que cada uno está solísimo en su sentir y necesite fabricarse compañía).

Debunking hang-out stereotypes

Descomprimiendo mi neurosis, las presiones están altas tan cerca de las normas sociales y "lo normal" que siento debo alejarme hasta la estratósfera para poder pensar en paz. Diez minutos de sentarme a pensar. ¿Qué es normal? ¿Qué es común cuando de relaciones humanas se trata? Empiezo a pensar que quizá no haya normalidad en este ámbito. Quizá "lo normal" sea un conjunto de eventos que se tienen que dar, palabras que se deben decir... pero en cuanto a lo que cada uno siente, dudo mucho que sea universalizable. Crecí escuchando las lecciones de amigos y familia, los pasos, las significaciones de cada propuesta, la fraseología, los do y los don't. Crecí bajo la jaulita de reglas según las cuales una debe conducirse para ser una muchacha bien, con todos los valores planchados y almidonados, la boquita pintada, las pestañas rizadas y las risitas calculadas en los momentos justos para atraer por ser correcta y un poco aventurera pero un poco nomás. Películas y películas de hollywood (y de todas partes, really) nos enseñan a darle las espalda a lo normal, a ridiculizar las normas sociales de las citas, pero la historia siempre termina igual, y al final nos quedamos con nuevos sets de normas para memorizar y aplicar. Aplicamos los mismos patrones de conducta y esperamos resultados. Siempre los mismos resultados. Y a veces se dan y a veces no, y a veces nos sentimos satisfechos y a veces no. 
Cuánta presión sienten mis menudos hombros bajo la mochila de lo esperable de parte de uno y de parte del otro. El libreto que indica cómo debe jugarse cada rol... para que todo salga... ¿cómo?

Me encuentro desglosando reglas que me daban seguridad al tiempo que me arañaban el autoestima (¿pero qué reglas no arañan el autoestima, no?). Quizá en mi inexperiencia encontrarme en la posición de actuar bajo ciertas reglas (¡finalmente!) me parecía algo fantástico; me sentía parte de un grupo al que nunca había pertenecido (aunque más por elección propia que ajena) y al que mucho no había admirado, pero quizá me sentía bien porque ahora tenía la oportunidad de ser parte de. 
Quizá construimos ciertos sets de reglas y conductas para sentirnos más seguros, para sentirnos más cool y menos prisioneros de nuestras propias inseguridades (y de las de los demás). Pero empiezo a notar que quizá esas reglas no me hagan sentir más segura sino más ficcional... y eso es incompatible con la misma idea que me lleva a ponerme en estas situaciones en primer lugar: experimentar la realidad, en todas sus formas, sabores y colores, hasta encontrar esos momentitos en que es mejor que las ficciones que la regulan.
Si se trata de encontrar un lugar donde nos hallemos cómodos, seguro que no vamos a encontrarlo fingiendo ser y sentir cosas que no somos. Quizás haya que dejar de insistir con meternos en un molde en que no entramos y salir de la casa por la ventana usando el pijama de ositos. Llegar vas a llegar igual. Y la historia va a ser más importante porque elegiste tu propia aventura... Quizá.