sábado, 26 de octubre de 2013

Control y opinología.

Resulta interesante lo importante que nos resulta tener el control. El control de las cosas, de la gente, de nuestro trabajo, de nuestra mente, de nosotros mismos. Quizá no somos del todo conscientes de poseer el control de ciertas cosas, pero en el momento en que perdemos ese control, de pronto todo se torna borroso, vago. Algo está mal, no queda claro qué ni por qué.

No hablo de tener el control en el sentido de obligar a otros a hacer lo que uno quiere. O quizá sí. Me refiero a tener cierto poder sobre las situaciones, tener el poder de veto. Control en el sentido de que la palabra de uno tiene un efecto en la toma de decisiones, en el resultado de las cosas.


Quizá la razón por la que se opina tanto de todo, incluso cuando no se tiene idea de qué se está diciendo, tenga que ver con que el hecho de poder opinar nos da cierto aire de control. Quizá dar nuestra opinión nos hace sentir que aportamos datos importantes que deben ser tenidos en cuenta al resolver cierto problema. Quizá cuando nos cuentan algo opinamos sobre ello e inconscientemente pensamos que si no le dábamos nuestra bendición sobre ese tema a tal persona, ubiera tomado una decisión disitinta. Quizá opinamos para manifestar, sin saberlo, que nuestra opinión hace una gran diferencia, que nuestra opinión tiene peso sobre la decisión del otro, que con ella podemos ejercer cierto control. Aunque sea mentira. 
Quizá incluso el formular una opinión tenga que ver no sólo con querer controlar la postura del otro, sino con querer controlar el debate en sí, el tema sobre el que se está hablando. Quizá tenga que ver con querer controlar nuestra propia mente, con querer mantener cierto orden de pensamiento.

Quizás no, quizás sólo es mi opinión de hoy, para tratar de ordenar todo esto en mi cabeza.

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