domingo, 24 de enero de 2016

Un verano probar esconderse del sol.
Y no hay caso, la vitamina D obra maravillas.
Los adorables asesinos rayitos de luz ultravioleta nos alteran las composiciones químicas, nos doran la epidermis y el inconsciente. Será que el miedo a exteriores se puede justificar con una nueva excusa? No, el cáncer de piel es demasiado literal para el miedo pseudo metafísico a la realidad de allá afuera.
Quizá en el fondo-frente a lo que le tememos es a la realidad.
Cada tanto le gustaba el intermitente contacto del hombro del compañero de colectivo, figura anónima-amorfa (no, amorfa no) de sangre caliente. Sólo a través de la tela de la remera, o de la camisa (de la campera ya no, mucha aislación). Intermitente promesa de tirón de vuelta a la realidad, a una realidad distinta de esa que ya es bastante real (nota mental: pensar realidades, mambo para rato, más en nuestra querida Ciudad de Buenos Aires). El calor humano del colectivo bajo una luz completamente distinta a la habitual, lejos de la nube de humedad y tufos varios. Poetizá menos. El mini abrazo de los mundos posibles, de mirá-qué-loco-sería-si. Y como toda idea radical sobre un momento típico en la rutina que aparece de repente, el fellow human se levanta y se baja del colectivo.