martes, 26 de agosto de 2014

Superyó. Haters gonna hate.


Hay una instancia de nuestra mente que siempre va a criticar todo lo que hacemos. Que está ahí expectante a la espera de malos resultados. No somos perfectos. Uno va aprendiendo de los errores y con algo de suerte, va mejorando. 
Si como premisa asumimos que todos cometemos errores, asumimos que cometeremos errores para siempre. Y dónde está el consuelo ahí? No cometeremos el mismo error mil veces pero siempre está ese 3% de posibilidad de arruinar todo.
 En las relaciones humanas no hay manera de saber cómo reaccionará el otro. Podemos tratar de no ofenderlo y tratar de generar determinadas reacciones pero lo cierto es que, no importa cuán persuasivo seas, no existe persona sobre la tierra capaz de controlar 100% la mente del prójimo. 
Así que cometemos errores en las conversaciones, pequeños comentarios, decimos cosas que quizá ni siquiera sentimos tan así, que no estamos seguros de por qué las dijimos, cosas que en realidad dijimos porque nos acordamos de otras cosas y quisimos tirar una indirecta. Grave error. Las indirectas son herramientas del infierno para hacernos infelices. No hay modo de hacerle saber al otro aquello que callamos. Y punto. Ésa es una tramoa mortal en la que todos caemos y volvemos a caer.

A perdonarse. Al final las primeras impresiones tienen tanta fama porque tienden a ser erradas. No se puede conocer a una persona por una conversación de tres segundos con ella. Buenos días, malos días, momentos más despiertos que otros...

Dejarse ser. Está bien. Seguiremos cometiendo errores al conversar, porque puede más las ganas de responder que las de responder bien, y pueden mas las ganas de responder bien que las de responder lo que realmente pensamos. A veces, eh. 
Morderse la lengua. Pensar. Pensar. Volver a pensar. Y apretar enter, mandar la información, expresarse. Con algo de suerte, el apocalipsis esperará unos segundos más antes de mandar un tornado a arrancarte la lengua.

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