Llega un punto en que es cuestión de suerte. Donde hay que soltar los apuntes y enfrentarse a la hoja con una mente cansada que viene de correr una maratón. Mejor tenerla de aliada, no? En ese momento la memoria no nos pertenece. Supongo que, como casi todo, se puede entrenar. Pero el momento es ahora, y ahora la mente es una entidad aparte que decide ayudarte o no.
Los nervios no garantizan nada. El miedo es bueno porque nos mantiene atentos, pero el pánico paraliza. El miedo en realidad es bueno en cantidades medidas, es bueno como la pizca de sal que se le agrega a la masa de los panqueques, que no se siente pero realza el sabor. El peor es el miedo al miedo mismo. No el miedo al resultado pero el miedo al miedo al resultado. El miedo a pasar un mal momento. El miedo a una situación fea que semeje eterna.
En fin. La calma no es mala. No puede ser mala. Hay un momento adecuado para cada sensación y elmiedo sirve semanas antes, como estímulo para prepararse contra la batalla. Pero el miedo constante es terriblemente agotador. No puede estar mal la calma.
Técnicas de siempre. Más o menos pulidas. Las cábalas en su lugar, como para ayudar a la confianza, pero con la mínima rigurosidad posible.
Debo parar de divagar. Soltar y ver qué pasa. Confiar. En que el universo se acomode, favoreciendo el ambiente para que despleguemos las armas que estuvimos preparando. Y luchar hasta que se acabe. En algún momento acaba, sé que estoy cerca. Pero por ahora no se termina hasta que se termina. Tomar aire. Confiar. Y adelante.
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