lunes, 4 de febrero de 2013

Inmovilidad.

Inmovilidad

En la playa que el viento de otoño hace más sola
Noche a noche me siento frente a la tentación
De este mar que en sus ondas lleva y trae los navíos
Que me envían, de lejos, su muda invitación.

Los veo hundirse en la niebla salpicados de luces.
Mundos breves y vivos que se echan a andar,
En busca de horizontes distintos e imprevistos,
Entre la hechicería de la luna y el mar.

Más allá... ¡Oh Dios mío, y yo aquí tan inmóvil
Cual si fuera una piedra que nada ha de mover!
¡Ya me agobia el cansancio de soñar imposibles!
¡Se ha hecho espina mi ansia de tocar y de ver!

Juana de Ibarbouru.


Debo decir que siempre me cautivó este poema, y eso que nunca fui fan de la poesía. There, I said it. Mi abuela adoraba a Juana de Ibarbouru, y en mi colección descansan dos de sus libros de la autora.
Cada tanto me acuerdo del poema, y siempre tengo la fantasía de encontrarle un significado, como si cada línea fuese una metáfora de mi vida proyectada en esas palabras de otro espacio-tiempo. Siempre trato, desde chiquita, de establecer esa conexión entre lo que hay en mi mente en este momento y las palabras del poema, pero recién ahora, rodeada del estrés que conllevan mis enero-febreros y la ansiedad de empezar eso nuevo y terrorífico que se viene, puedo conectar un poco más con el poema. Un poco, dije.

Escribir suele ser una buena receta para palear un poco la desesperación que me generan ciertas situaciones. Las graves y las no tan graves (sobre todo éstas últimas). Sin embargo, hoy no tengo ganas de explayarme. Hoy no tengo ganas de pensarlo mucho. Hoy no tengo ganas. Quizá... mañana.

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