sábado, 13 de abril de 2013

Crying record

Golpearse la cabeza contra la pared es algo que uno necesita hacer de vez en cuando, para liberar todo ese estrés que llevamos dentro (metafóricamente hablando, la mayoría de las veces). Pero es algo que no puede hacerse cuando uno no está solo. Es así, estar solo puede ser triste la mayoría de las veces, pero uno sólo puede gritar y patalear estando solo...
Lo irónico es que estando sola no puedo llorar. Empiezo a razonar y a pensar que en realidad es una pérdida de tiempo, que no sé si voy a poder desahogarme totalmente de ese modo, etc. Y al final, no lloro. No puedo.
Llorar dejó de tener esa connotación de tristeza, soledad e incomprensión que solía tener para mi ser pequeño, y pasó a ser un algo homólogo a una llave para abrir la puerta y dejar salir a todas las sombras que nos acechan. Claro que también se llora de tristeza, pero en general, mi llanto es de desesperación, pero como algo bueno, como algo que quema esa desesperación y la traduce a cenizas que eventualmente volarán con el viento.

Llorar en público es complicado, y no es mi arte. No me gusta tener que dar explicaciones de porque necesito llorar, y francamente, el consuelo que necesito es el que viene de mí misma. Necesito que esa parte fragmentada de mi consciente se destaque y me diga que todo va a estar bien, que hay que ir un paso a la vez, que puedo. El consuelo de los que me rodean es un lindo gesto, pero a menudo hiere más de lo que ayuda, especialmente aquellos que terminan en reproches, en "yo a tu edad hice esto y también ayudaba en la casa" y no nos olvidemos de los "y si no lo harás en tres años, o dejarás la carrera". Gracias. Prefiero llorar en la comodidad del hogar.
El problema central sobre el llanto es, -además de que está ligado a la tristeza- que uno aparece indefenso y deprimido ante el otro que lo contempla. Y no es una imagen fiel, al menos no en mi caso, no ahora. No estoy triste, no estoy deprimida, no estoy mal. No estoy mal, estoy feliz con el rumbo que puedo darle a mi vida, pero es un camino, y si bien el viaje de 5 minutos con música de fondo, sol y risas que muestra la tele se ve tentador, la vida real se compone de muchos cúmulos de horas y emociones, y no todas son dignas de captar con la cámara.

El punto es, que a veces se necesita llorar. Hay muchas cosas que inhiben las lágrimas, y estas no suelen aflorar cuando se las necesita, sino cuando uno más quisiera reprimirlas.
Quizá parte de su encanto sea justamente ese, y por eso podemos permitirnos fantasear con el llanto al llegar a casa, y una vez allí, no se pianta ni un lagrimón. Quizá el mero hecho de saber que existe la posibilidad de llegar y llorar es relajante. Quizá. Pero primero hay que encontrar ese lugar al cual llegar.

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