martes, 22 de septiembre de 2015

Perdonarse. 5776.

Quizá perdonarse a uno mismo sea una de las cosas más difíciles de hacer. Hace tiempo decidí despojarme de rencores tontos, pero no he logrado dejar de llevar detalladísim nota mental de cada pequeño error propio.
Errores tontos, pequeños, que nadie ve, que a nadie dañan más que a uno mismo. Pequeñas faltas de aplomo, palabras sin decir rebotando en recovecos de la mente, palabras de más donde la lengua no llegó a morder por unas milésimas de segundo. Abrazos de más, abrazos de menos. Sueños, dormidos, despiertos, grises y a todo color. Caminos desandados y creados. 
Otro año de pensar y ser pensado. Pedir perdon y perdonarse.

No me encanta el concepto de juntar todos los perdones 364 días y lanzarlos al mundo de repente, en 24 horas. No me gusta la idea de sentarse a reflexionar qué hicimos mal sólo 10 días. Creo que son cosas que debiéramos hacer casi todo el tiempo (todo es como mucho). Pero perdonarse una vez al año me parece plausible, por lo que me cuesta creo que una vez al año me sobra. Y qué difícil es. Primero admitir todas las fallas, después decidir cambiarlas, armar un plan de acción, tratar de llevarlo a cabo... Y lo más difícil viene ahí, perdonarse por haber fallado en primer lugar. Por haberle fallado a otro o a mí misma o a la idea que tengo de mí misma. Perdonarme más que pedirme perdón. Dificilísimo. Darse con un martillo en la cabeza duele, pero lo hacemos igual porque se siente genial ese momentito en que paramos. 

Vivir en montaña rusa, bien arriba o bien abajo, y aburrirse en el medio. Perdón. Te perdono. No saber manejar el aburrimiento y al mismo tiempo abrumarse con tantos sueños y planes. Acobardarse, querer hacerse una bolita en la esquina de la habitación. Perdón. Te perdono. Expresarse mal. Decir de más, decir de menos. Arrepentirse de no arrepentirse de cosas. Perdón. Te perdono. Tener miedo. Tener miedo a tanto... Perdón. Pero seguis remando, con miedo y todo, contra corrientes multicolores, vientos fríos y la arena en el ojo. Te perdono. 

Sacudámonos los castigos autoimpuestos por fallas que ya ni recordamos. 
  "La burocracia / 3.
 Sixto Martínez cumplió el servicio militar en un cuartel de Sevilla.
En medio del patio de ese cuartel, había un banquito. Junto al banquito, un soldado hacía guardia. Nadie sabía por qué se hacía la guardia del banquito. La guardia se hacía porque se hacía, noche y día, todas las noches, todos los días, y de generación en generación los oficiales transmitían la orden y los soldados la obedecían. Nadie nunca dudó, nadie nunca preguntó. Si así se hacía, y siempre se había hecho, por algo sería.
Y así siguió siendo hasta que alguien, no sé qué general o coronel, quiso conocer la orden original. Hubo que revolver a fondo los archivos. Y después de mucho hurgar, se supo. Hacía treinta y un años, dos meses y cuatro días, un oficial había mandado montar guardia junto al banquito, que estaba recién pintado, para que a nadie se le ocurriera sentarse sobre la pintura fresca." 
El libro de los abrazos, Eduardo Galeano.

Revoquemos de nuevo, dejemos el lienzo blanco y pintemos encima. Seamos como el ave fénix. Sacudámonos las cenizas, vámos. A volar.

Kadima rak kadima.


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