Atesoro las tradiciones de todo tipo en el fondo de mi alma, pero el cambio de año que corre en el mundo en este momento no parece avivar en mí ninguna sensación especial. Al menos, esta vez.
Quizá tenga que ver con que no he comenzado a asimilar el ingreso al próximo nivel. Resulta plausible, ya que el nivel que acabo de ganar resultó ser mucho más complejo de lo que hubiese podido imaginar cuando inició. Y no es cierto que es siempre así. No es como para no intentarlo, tampoco. Me pregunto si en realidad este año que inicia seguirá trayendo cosas inimaginables para mi yo de este espacio-tiempo. No con demasiadas ansias, aún traigo la mente cansada de la subida reciente. Y si bien la amenaza cesó, es sólo posible que el miedo no se haya decidido a evaporarse completamente aún.
Quizá me cansé de pedir deseos generales a la luz de la pirotecnia en el cielo del patio de casa otro 31 de diciembre. Y nunca fui fan de los deseos puntuales, me resultan tontos cuando no se tratan de mejorar la salud de un enfermo u otras cosas en esa línea de gravedad. Quizá aprendí que librar las cosas a la suerte sólo es útil en esos segundos cósmicos previos a una gran prueba de la vida, donde ya pasó el momento del entrenamiento y sólo se puede rezar al sol más próximo que envie buenas vibras. No lo sé.
Sin embargo, este diciembre en particular me encuentra bastante quieta en lo que respecta a las inquietudes de mi alma, y el cambio de año trae las energías revitalizantes de los nuevos comienzos que empujan al inconsciente a bailar.
Y porqué no puede tratarse el año nuevo sobre eso, sobre revitalizar el alma para bailar?
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