El truco no es tanto no mentir a los demás sino no mentirse a uno mismo. Jamás. Para luego poder volver en el tiempo y decidir que, al fin y al cabo, uno hizo las cosas bien. Porque mentirse a uno mismo es entrar en un mundo cuasi surrealista donde no se controla bien la trama. La ficción nos soreprende de pronto con pequeños giros y el ambiente se torna oscuro y confuso, quizá hasta esotérico.
Estoy algo cansada de correr hacia mí y escapar de mi misma. En las pequeñas cosas, claro, pero que resultan ser las más grandes. La identidad es algo complejísimo, y tenemos la horrorosa tendencia a chocar contra ella una y otra vez una vez que está constituída.
Rodearse de caras nuevas puede distraernos y sacudirnos un poco, pero para volver en sí quizá lo mejor sea ver esas amables caras de siempre y un espejo. Escuchar la música que nos lleva a abrazarnos el alma y bailar descalzos. Tomar un té.
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